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Desde sus primeros encuentros con el arte textil, Katherine Sarmiento Rojas ha convertido el bordado en un lenguaje íntimo donde se entrelazan lo personal y lo colectivo. Su trabajo surge de esa relación ancestral que muchas mujeres mantienen con hilos y agujas, heredada de generaciones de madres, abuelas y tías que transformaban retazos en objetos cargados de significado. Lo que comenzó como un juego infantil —vestir muñecas con sobras de tela, botones y encajes— se convirtió en una herramienta artística para explorar la memoria, el dolor y la reparación.

En su serie Corte, Herida y Cicatriz, los patrones no son solo diseños visuales repetitivos, sino metáforas de comportamientos y dinámicas familiares que se repiten inconscientemente. Al intervenirlos —desdibujando líneas, dejando puntadas sueltas o recomponiéndolos con nuevos materiales—, la artista cuestiona su aparente inevitabilidad. Cada ruptura en la trama perfecta del bordado se transforma en una posibilidad de cambio, en una rebelión sutil contra lo establecido.

Las bitácoras intervenidas —cuadernos viejos rescatados de mercados de pulga— revelan otro aspecto fundamental de su obra. Katherine sutura historias ajenas en páginas amarillentas, dando voz a desconocidos cuyas vidas se entrelazan con sus puntadas. Estas páginas, algunas rasgadas y luego cuidadosamente reparadas, encarnan la capacidad transformadora del bordar: no representa heridas, las habita. Cada agujero en el papel, cada desgarro, es confrontado con hilos que reparan pero también testimonian. El punto de cruz, con su forma de sutura médica, y los nudos finales que aseguran que nada se deshaga, son gestos de resistencia contra el olvido.

En este universo textil donde conviven lo delicado y lo poderoso, sus obras trascienden lo decorativo para convertirse en mapas emocionales, donde cada puntada marca un dolor transformado en arte.
El trabajo de Katherine invita a entender el bordado como territorio de lucha y resiliencia, donde las heridas se convierten en cicatrices y cada puntada es tanto memoria como posibilidad de cambio. En sus manos, los hilos no ocultan las rupturas: las visibilizan, las honran y, en ese acto, las trascienden.

Hilos que sanan

El arte textil como cartografía del dolor y la resiliencia en la obra de Katherine Sarmiento Rojas



Por Fabiana Alonso, Curadora - Buenos Aires, Argentina

La exposición Punto de cruz es, ante todo, un encuentro con la posibilidad restauradora de un oficio que durante siglos ha estado asociado a los repertorios de cuidado. A través de puntadas incesantes, miles de manos (mayormente femeninas) han hallado en este quehacer un don reparador de la materialidad, pero también del espíritu. Al menos en la dinámica del occidente poscolonial el tambor de bordado se convirtió en una herramienta de enunciación, pero no porque las puntadas hechas en él otorgaran libertad de expresión a quienes las realizaban, sino porque en torno suyo se construyó un espacio predominantemente femenino y se tejió una especie de conciliábulo del que madres, hijas, hermanas, tías y abuelas continúan haciendo parte. Es claramente contradictorio que una ocupación vinculada al rol de género, pero además considerada menor y utilitaria, haya podido convertirse en el eje articulador de una presencia colectiva femenina que traspase los límites de lo servil y se sitúe en los territorios de una existencia social activa e incluso autónoma, pero además revolucionaria, y, sin embargo, así es.

Si bien un par de siglos atrás el bordado era indispensable para la vida de las comunidades y cientos de mujeres y niñas se congregaban a bordar, entre muchas otras cosas sotanas y manteles para clérigos y dignatarios, la industrialización trajo consigo la automatización de los procesos; no obstante, el hecho de que el bordado perviva hasta nuestros días aún en la era de la fugacidad es una muestra de que precisamente su riqueza no solo radica en la capacidad técnica o en lo provechoso, rentable y necesario que podía resultar para ciertos sectores, sino en el fenómeno social que existe alrededor suyo. En la actualidad el bordado es una forma de vínculo con nuestra ascendencia femenina, aquella que aprendió punto de cruz y otras tantas técnicas en la escuela como parte de un plan de estudio segregado por género; a muchas de nosotras, de generaciones posteriores, nos tocó otro tipo de formación y, sin embargo, aunque en nuestra cotidianidad doméstica el bordado tenga un casi nulo protagonismo, nos empeñamos en aprenderlo y en transmitirlo porque se ha convertido en una suerte de meditación en medio del caos apabullante de la vida contemporánea, pero no nos contentamos solo con ello, muchas personas, felizmente ahora hombres también, hacen del bordado un proceso íntimo y colectivo, no solo porque da el increíble privilegio de la pausa, sino porque en las conversaciones que permite el bordado, también se remienda el alma.

De allí que Katherine Sarmiento Rojas (1993) acuda también al patrón como elemento vertebral de su trabajo; en escenarios colmados de existencias rotas, poco afectuosas o con formas de amor muy prácticas, el bordado se convierte en puente, en uno que posibilita comprender un poco aquellos vínculos que por su misma naturaleza o por la carga de sus vivencias pudieron marcarnos negativamente; por ello, el patrón toma en la serie Corte, herida y cicatriz (2024-2025), una connotación dual: no solo alude a componente visual que se repite sobre una misma unidad, y que ha colmado cientos de lienzos textiles a lo largo de la historia, sino que es también una referencia directa al patrón conductual, aquel que encarnado en la familia, amigos y amores, termina configurando nuestras propias formas de habitar el mundo. Entender el patrón propio como un legado de aquellos a quienes hemos amado hace posible una plena conciencia tanto de las virtudes como de las heridas, y al existir una conciencia de la causa y naturaleza de la herida que portamos, esta sana de manera diferente.

En la serie Corte, herida y cicatriz (2024-2025), Sarmiento Rojas alude, en tres momentos, a la transformación reivindicatoria y a la naturaleza misma de la interacción con los demás. El corte remite a la acción violenta (a veces velada, disfrazada o sutil) ejercida por otros, casi siempre con nuestra complicidad. Este corte es inminente, inevitable y abre el surco de la herida, que se vuelve personal e íntima y permanece incluso cuando el vínculo ha terminado; dicha herida puede evolucionar de muchas formas, o bien se convierte en prisma para la multiplicación del daño, en su justificante o se transforma en cicatriz, una que se asume y se transforma, una que no se oculta, sino que se entiende como parte integral de aquello que nos configura como individuos y como fuerza motora para romper con el ciclo de daño mutuo.

Las obras presentes en Punto de cruz son una invitación a una especie de kintsugi etéreo, a una reivindicación de la herida, y a la transformación de aquellas cicatrices que no son visibles, pero que para quien las lleva son incluso más palpables que aquello que le rodea.

Punto de cruz

“La costura es lo primero en un mundo que se hace pedazos”

Laura Murcia, Las curanderas (2017)



Laura Páez, Curadora e Historiadora de Arte.